7 de febrero de 2018

CAMINA, ¡NO VAS SOLO!


No es extraño que en el camino vocacional, el momento de la decisión conlleve franquear algunas barreras, vencer miedos y atreverse a hacer ese acto de confianza que nos abre a una vida nueva que no podemos controlar ni prever. San Francisco también tuvo que recorrer este mismo camino hasta poder exclamar en verdad: «De aquí en adelante puedo decir con absoluta confianza: Padre nuestro, que estás en los cielos, en quien he depositado todo mi tesoro y toda la seguridad de mi esperanza» (LM 2,4). Y un poco más tarde, sin esperarlo, el Señor le regaló hermanos para que nunca más caminara solo. 

Aquel que no es capaz de abrirse a la confianza, que no se reconoce en manos de Otro, se constituye en centro absoluto y, poco a poco, cae en la trampa del dominio, de la apropiación, del encerrarse en sí mismo. ¿Por qué? Porque si Dios no es su origen, el hombre debe «hacerse a sí mismo» él solo, a pulso. Se siente frágil. Se siente solo. Tiene miedo. Y disfrazará su miedo, su fragilidad, dominando o excluyendo a los demás. O excluyéndose a sí mismo. San Francisco descubrió que el secreto está en hundir sus raíces en otra parte, en Otro, con total confianza. Y apoyarse en la cercanía de los hermanos que Dios va poniendo en el camino. 

Entonces, superada la barrera de la desconfianza, liberado de todo tipo de seguridad en sí mismo, en lo sucesivo estará disponible en las manos del Padre, ¡las mejores!: Haz de mí lo que quieras. Su vuelta al «corazón del Evangelio» comienza por abrirse a la paternidad de Dios y al don de la fraternidad. Un camino que irá siempre a más... Por tanto, no tengas miedo de decir: Señor, pongo mi vida en tus manos. ¡Haz de mi lo que quieras! No caminarás solo... 

¡Al Señor Jesús gloria y alabanza!